Comiendo mi camino a través de Buenos Aires
Comiendo mi camino a través de Buenos Aires
Buenos Aires se come. Y no hablo solo de la pizza al paso o de la medialuna con café en la barra. Hablo de esa mezcla inigualable entre barrio, sabor, historia y propuesta. Esta ciudad tiene algo que me hace querer volver a ciertos lugares una y otra vez. Por el plato, claro, pero también por la atención, por el detalle, por esa mística inexplicable que hace que todo cierre. Acá va mi recorrido emocional (y bien comido) por mis lugares favoritos para sentarme a la mesa en esta ciudad que nunca se queda quieta.
Bodegones y clásicos porteños
Empiezo por los bodegones y clásicos porteños, esos que funcionan como refugios. Si estoy en busca de contención, el primero en la lista es El Pasaje (Rojas 2050) en Villa Crespo: tortilla babé con cebolla, milanesa napolitana con papas fritas y flan mixto con dulce que no falla. Las luces bajas, los manteles a cuadros: todo acompaña.
Si quiero carne y quilombo, me voy para Liniers. El Ferroviario (Reservistas Argentinos 219) tiene parrilla de verdad, porciones generosas y entraña en su punto justo.
Y para los días en los que el centro me arrastra, no hay nada como Café Paulín (Sarmiento 641): sándwiches de pavita con palta y queso que salen rápido deslizándose por el mostrador, y un cortado bien servido como corresponde.
Cafés y panaderías
Cuervo Café, en sus múltiples ubicaciones, ya es como una segunda casa: café de especialidad, buena música y platos simples pero bien pensados. El tostón de palta con huevo poché es casi un ritual.

Tognis Café (Blanco Encalada 1675) tiene algo especial: todo es lindo, desde el vaso hasta la playlist.
Atelier Fuerza: croissants de almendras, flautas con queso y rolls de canela, todo impecable y con personalidad.
Oli Café (Costa Rica 6020) se metió en mis rutinas: buen café, pastelería sin pretensiones y ambiente de barrio.
Restaurantes modernos
Evelia (Campos Salles 1712) es cálido, prolijo y sin excesos: platos con identidad, atención amable y cocina con coherencia.

Sonora propone cocina de autor sin vueltas raras: contundente, rica y directa.
Y reservo para especiales tres favoritos: Anafe, que te saca de lo habitual con cada paso; Anchoita, con pan, quesos y postres de solidez tremenda; y Casa Parra, que combina historia, jardín, vinos bien elegidos y una carta infalible.

Gran Dabbang es otro de los que siempre recomiendo: sabores intensos, inspiración asiático‑latinoamericana y platos para compartir.
La ruta mexicana porteña
Taquería Díaz es donde voy cuando quiero algo auténtico: combo de mini tacos, tortillas nixtamalizadas y salsas al centro.
Barragán mezcla lo tradicional con lo creativo: burrito de pollo, tostada de maíz morado y carrot cake especiada.
Y Ya Cabrón es para noches con amigos, con birras y tacos que pican bien.
Cocina asiática
Norimoto, sobrio y elegante, con cada detalle pensado; Tintorería Yafuso, joyita escondida de cocina japonesa; Chinofino, fiesta de combinaciones; y Cang Tin, explosión de sabores —picante, umami y frescura—.

Tony Wu Cantina ofrece comida de Sichuan intensa y rápida; Yakinilo es parada obligada para yakiniku tras la barra; y Asian Cantina suma sabores fuertes y platos breves.
Pizza de barrio
Tognis, neoyorquina con pepperoni y miel picante; Kalis Pizza en Núñez, masa madre y combinaciones modernas; La Mezzetta, fugazzeta rellena; y Eléctrica, pizza finita con bordes crocantes.
Planes al aire libre
Loreto Garden Bar: jardín con mesas amplias, buena coctelería y platos para compartir.

Para algo más jugado y divertido, Koko Bao Bar tiene la clave: baos de todo tipo y sabores potentes.

La Cabrera, más allá del boom turístico, sigue siendo una gran parrilla con cortes impecables y guarniciones generosas.

Avito Bistro, discreto y siempre bien hecho; y para arrancar el día con estilo, La Filial Café, donde el desayuno es un mimo y el ambiente invita a quedarse.

Mini guía para novatos
- Bodegón porteño: El Pasaje o El Ferroviario. Pidan milanesa a caballo o tortilla babé.
- Parrilla: La Cabrera o Don Julio. Entraña o vacío con papas y chimichurri.
- Pastelería y café: Cuervo, Oli o Atelier Fuerza. Scons, budines, croissants.
- Pizza: Eléctrica, Tognis o La Mezzetta.
- Cocina creativa: Anafe, Condarco, Gran Dabbang o Amador.
- Algo diferente: Tintorería Yafuso, Cang Tin o Norimoto.
Pero también es una forma de resistencia. En una ciudad donde todo cambia, donde las calles se transforman y los precios se disparan, seguir volviendo a esos lugares que me hacen sentir bien es un acto de amor. Volver a sentarme, a pedir lo mismo, a probar algo nuevo, a mirar la carta como si fuera un libro abierto. Me gusta pensar que comer en Buenos Aires es también una forma de decir: “acá estoy. Sigo acá. Esta es mi ciudad y estos son mis refugios.”
Hay lugares que todavía tengo pendientes. Algunos me los recomendaron, otros me los crucé en redes, otros me los guardé porque alguien me dijo “ese es muy vos”. Y eso me encanta: que mis amigas, mis seguidores, la gente que me quiere, sepa que descubrir un café nuevo o una parrillita perdida puede ser un regalo perfecto para mí.
Esta lista, como todo lo que me gusta, está viva. Se expande. Cambia. Se vuelve a escribir. Y eso también está bien. Porque comer en Buenos Aires no es solo trazar un mapa de favoritos: es dejarse sorprender.
Porque, como decía mi abuela, con el estómago lleno se piensa mejor.
Saludos,
Sabrina Palmieri
Este artículo fue escrito por Sabrina Palmieri para Traveossa. Todos los derechos reservados.
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